Antes
de empezar la reseña debo avisar que el escrito destripa buena parte
de la historia del juego base, concretamente del final, advertidos
están todos.
Outlast
dejó para el final de la aventura varias interrogantes importantes
relacionadas con el inicio de la crisis que azotó el hospital
psiquiátrico y con el final trágico, pero lógico, que sufrió
Miles. Como podrán recordar la corporación Murkoff, encargada de la
gestión del nosocomio, estaba metido de lleno en el ambicioso
proyecto “Walrider”, esta serie de experimentos usaba a gran
parte de los internos como conejillos de indias. La finalidad de usar
a personas con patologías mentales radicaba en la compatibilidad de
estos con el motor morfogenético, una cabina donde la víctima era
intubada y canalizada con diversos aditamentos con el fin de
controlar… pues:
Así
es. Outlast en un extravagante giro nos va metiendo una historia de
ciencia ficción pura y dura que en algún punto se tuerce para
darnos el infierno sobre la tierra que conocemos. El motor
morfogenético utilizaba a los pacientes del centro psiquiátrico
para tratar de controlar al Walrider, este ser de aspecto fantasmal
que nos perseguía por todo el laboratorio subterráneo era en
realidad un enjambre de nanomáquinas con un poder inmenso; era tal
este poder que bien podía usarse para fines terapéuticos para
combatir neoplasias, eliminándolas por completo… o hacer que una
persona reventara de manera literal.
El
Walrider era controlado por Billy, un paciente más que logró ser
compatible con el enjambre pero una serie de errores provocaron que
el experimento se saliera de control y pasara lo que tenía qué
pasar. Esta expansión ocurre antes, durante y después de los
acontecimientos del primer Outlast, de esta manera se matan dos
pájaros de un tiro al ofrecernos un poco más de contexto antes de
la masacre y nos da una conclusión más satisfactoria que la del
primero, que me encanta, todo sea dicho.
Nos
toca encarnar a Waylon Park, un trabajador de la corporación Murkoff
que desempeña su labor como ingeniero de sistemas dentro del
mismísimo proyecto Walrider. La historia empieza justo en el momento
de que Park envía el correo que incrimina a sus patrones a la
dirección electrónica de Miles, recordemos que el periodista acude
a las instalaciones en Massive Mount por este correo. Los superiores
de nuestro nuevo protagonista no tardan en descubrir este hecho y
deciden secuestrar a Park por incumplimiento de contrato, por si esto
no fuera poco lo obligan a participar en las pruebas del proyecto.
Waylon
Park es sometido a los horribles experimentos y durante estos
acontece el desastre que permite el escape de Walrider. Aprovechando
la confusión Waylon logra escapar de la sala donde estaba preso y
con cámara en mano emprende la huida.
Prácticamente
no tenemos novedades, la cámara sigue sirviendo para lo mismo,
orientarnos en la oscuridad, captar imágenes trascedentes, hacer
zoom para un mejor panorama a distancia y ayudarnos a pasar de manera
inadvertida entre los psicópatas asesinos. Con la cámara y su
imprescindible visión nocturna viene el gasto brutal de baterías
por esta misma, así que toca de nuevo preocuparse por encontrar
repuestos y también por evitar perder mucho tiempo sin estar
avanzando constantemente.
El
control del personaje presenta los mismo fallos que el juego base, y
estos son algunos problemas puntuales para la detección correcta de
ciertas acciones contextuales, sobre todo a la hora de saltar o
caminar sobre cornisas. La filosofía de este DLC es idéntica a la
de Outlast, el sigilo es fundamental y sortear constantemente a los
villanos de esta ocasión junto a el saber ocultarse sigue siendo el
pan de cada día.
Sin
duda lo más interesante a nivel jugable es la adición de enemigos
nuevos y zonas también inéditas. Si bien nuestro veterano de guerra
regresa para alguna aparición esporádica, así como el dúo de
señores en pelotas que van solo con cuchillos, tenemos dos nuevos
amigos con los cuales pasar el rato. El primero es un caníbal que va
armado con una sierra (al parecer quirúrgica) que nos atormentará
en una cafetería y otras áreas aledañas, le sigue Eddie que…
bueno, ya les tocará amarlo. A diferencia de otros de sus compañeros
estos hacen muchísimo más ruido y de forma constante, esto nos
ayudará a localizarlos de manera más sencilla. A pesar de las
novedades en cuanto a enemigos y sitios qué visitar el resto sigue
igual.
Lo
que me ha gustado es el ritmo de la campaña. El esquema de Outlast
se ve alterado para brindar partes un poco más pausadas que dan para
respirar un poquito pero también ofrece escenarios que dan un poco
de variedad entorno a eventos; como el patio donde nos espera un
grupo de personas jugando baloncesto o en el mero principio con los
pacientes interactuando amistosamente con el personal de Murkoff.
Para
ver el final de esta campaña no se necesitan más de 2 horas y la
duración está más que justificada porque a fin de cuentas este
programa viene siendo más de lo mismo.
El
juego utiliza el mismo motor gráfico e inclusive se reciclan
escenarios así tampoco vamos a encontrar diferencias abrumadoras.
Los nuevos escenarios siguen la estela de Outlast de verse asquerosos
y sombríos y el diseño de los nuevos integrantes del elenco están
chidos. La sangre y vísceras están más presentes que nunca porque
este DLC contiene las escenas más gráficas de toda la experiencia.
Lo mismo pasa con el apartado sonoro, sin novedades.
Outlast:
Whistleblower es una expansión que contentará a todos los que se
quedaron con ganas de más… y básicamente eso es todo. La tensión
y susto están garantizados y si pueden conseguirlo baratito no es
una compra descabellada.
TOTAL:
7
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