lunes, 17 de diciembre de 2018

Reseña PS4: Outlast: Whistleblower

 

Antes de empezar la reseña debo avisar que el escrito destripa buena parte de la historia del juego base, concretamente del final, advertidos están todos.

Outlast dejó para el final de la aventura varias interrogantes importantes relacionadas con el inicio de la crisis que azotó el hospital psiquiátrico y con el final trágico, pero lógico, que sufrió Miles. Como podrán recordar la corporación Murkoff, encargada de la gestión del nosocomio, estaba metido de lleno en el ambicioso proyecto “Walrider”, esta serie de experimentos usaba a gran parte de los internos como conejillos de indias. La finalidad de usar a personas con patologías mentales radicaba en la compatibilidad de estos con el motor morfogenético, una cabina donde la víctima era intubada y canalizada con diversos aditamentos con el fin de controlar… pues:

 


Así es. Outlast en un extravagante giro nos va metiendo una historia de ciencia ficción pura y dura que en algún punto se tuerce para darnos el infierno sobre la tierra que conocemos. El motor morfogenético utilizaba a los pacientes del centro psiquiátrico para tratar de controlar al Walrider, este ser de aspecto fantasmal que nos perseguía por todo el laboratorio subterráneo era en realidad un enjambre de nanomáquinas con un poder inmenso; era tal este poder que bien podía usarse para fines terapéuticos para combatir neoplasias, eliminándolas por completo… o hacer que una persona reventara de manera literal.

El Walrider era controlado por Billy, un paciente más que logró ser compatible con el enjambre pero una serie de errores provocaron que el experimento se saliera de control y pasara lo que tenía qué pasar.  Esta expansión ocurre antes, durante y después de los acontecimientos del primer Outlast, de esta manera se matan dos pájaros de un tiro al ofrecernos un poco más de contexto antes de la masacre y nos da una conclusión más satisfactoria que la del primero, que me encanta, todo sea dicho.

 

Nos toca encarnar a Waylon Park, un trabajador de la corporación Murkoff que desempeña su labor como ingeniero de sistemas dentro del mismísimo proyecto Walrider. La historia empieza justo en el momento de que Park envía el correo que incrimina a sus patrones a la dirección electrónica de Miles, recordemos que el periodista acude a las instalaciones en Massive Mount por este correo. Los superiores de nuestro nuevo protagonista no tardan en descubrir este hecho y deciden secuestrar a Park por incumplimiento de contrato, por si esto no fuera poco lo obligan a participar en las pruebas del proyecto.

Waylon Park es sometido a los horribles experimentos y durante estos acontece el desastre que permite el escape de Walrider. Aprovechando la confusión Waylon logra escapar de la sala donde estaba preso y con cámara en mano emprende la huida.




Prácticamente no tenemos novedades, la cámara sigue sirviendo para lo mismo, orientarnos en la oscuridad, captar imágenes trascedentes, hacer zoom para un mejor panorama a distancia y ayudarnos a pasar de manera inadvertida entre los psicópatas asesinos. Con la cámara y su imprescindible visión nocturna viene el gasto brutal de baterías por esta misma, así que toca de nuevo preocuparse por encontrar repuestos y también por evitar perder mucho tiempo sin estar avanzando constantemente.

El control del personaje presenta los mismo fallos que el juego base, y estos son algunos problemas puntuales para la detección correcta de ciertas acciones contextuales, sobre todo a la hora de saltar o caminar sobre cornisas. La filosofía de este DLC es idéntica a la de Outlast, el sigilo es fundamental y sortear constantemente a los villanos de esta ocasión junto a el saber ocultarse sigue siendo el pan de cada día.



Sin duda lo más interesante a nivel jugable es la adición de enemigos nuevos y zonas también inéditas. Si bien nuestro veterano de guerra regresa para alguna aparición esporádica, así como el dúo de señores en pelotas que van solo con cuchillos, tenemos dos nuevos amigos con los cuales pasar el rato. El primero es un caníbal que va armado con una sierra (al parecer quirúrgica) que nos atormentará en una cafetería y otras áreas aledañas, le sigue Eddie que… bueno, ya les tocará amarlo. A diferencia de otros de sus compañeros estos hacen muchísimo más ruido y de forma constante, esto nos ayudará a localizarlos de manera más sencilla.  A pesar de las novedades en cuanto a enemigos y sitios qué visitar el resto sigue igual.

Lo que me ha gustado es el ritmo de la campaña. El esquema de Outlast se ve alterado para brindar partes un poco más pausadas que dan para respirar un poquito pero también ofrece escenarios que dan un poco de variedad entorno a eventos; como el patio donde nos espera un grupo de personas jugando baloncesto o en el mero principio con los pacientes interactuando amistosamente con el personal de Murkoff.



Para ver el final de esta campaña no se necesitan más de 2 horas y la duración está más que justificada porque a fin de cuentas este programa viene siendo más de lo mismo.

El juego utiliza el mismo motor gráfico e inclusive se reciclan escenarios así tampoco vamos a encontrar diferencias abrumadoras. Los nuevos escenarios siguen la estela de Outlast de verse asquerosos y sombríos y el diseño de los nuevos integrantes del elenco están chidos. La sangre y vísceras están más presentes que nunca porque este DLC contiene las escenas más gráficas de toda la experiencia. Lo mismo pasa con el apartado sonoro, sin novedades.

 

Outlast: Whistleblower es una expansión que contentará a todos los que se quedaron con ganas de más… y básicamente eso es todo. La tensión y susto están garantizados y si pueden conseguirlo baratito no es una compra descabellada.

TOTAL: 7

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